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martes, 20 de agosto de 2013

La división de la pluriversidad egipcia y la asfixia de las revoluciones árabes


Al ver las imágenes de ayer en las plazas de An- Nahda y de Rabba al Adawiya en El Cairo llegó a mi mente la definición que Boaventura de Sousa Santos hace de la situación actual en las orillas del Mediterráneo: se trata de una zona en llamas. Y es que la lucha por una vida mejor que se estaba llevando a cabo en las calles de muchos sectores de la sociedad egipcia ha sido desbaratada por las dos fuerzas mejor organizadas del país (pero no por ello las más legítimas o mayoritarias) como lo son el ejército cuya elite es financiada por sus homólogos residentes en Washington, y la hermandad musulmana cuya elite conservadora es financiada por sus pares entre la familia real de Arabia Saudí.
Esta lucha de poder ha puesto a Egipto en el día más difícil de su historia tras la caída de Mubarak. No se trata solo de las acciones de los generales y de las milicias islamistas sino también de la hipocresía de sus patrocinadores. Se trata del objetivo de producir desde el campo del saber el mismo resultado aplicado en los casos de Siria o Iraq. Se trata de mostrar a la opinión pública urbana en general y a los habitantes de las provincias más recónditas en particular que salir a las calles ha sido mala idea en tanto los resultados de la liberación solo provocan muerte, destrucción y violencia sectaria. Se trata de mostrar que “la revolución causa malestar” y que “estábamos mejor como estábamos antes”. 

En la historia colonial no ha habido peor estrategia contra una revolución que la división de sus participantes. Este término, “división”, es muy diferente al de “pluriversidad”, la cual siempre ha acompañado a los movimientos de emancipación social en las calles y otros espacios públicos de Egipto y del resto de Oriente Medio, y con la cual se han llegado a experimentar diversas prácticas anarquistas muy útiles a la hora de organizar y tomar decisiones en la protesta. Sin embargo, los críticos de lo plural, que piensan que por el simple hecho de ser muchos el resultado de los experimentos será negativo y conflictivo, han hecho lo posible para seguir promulgando que las sociedades en Oriente Medio, además inmersas en un proceso de revolución, no dejan de ser complejas, peligrosas y necesitadas de una mano dura para gobernarlas y controlarlas para evitar el caos, todo esto para beneficio de propios intereses geopolíticos de corto y largo plazo. 

La cruel y cruda lucha que presenciamos hoy en Egipto, y que busca la estabilidad con toques de queda, la democracia con balas y la justicia con bombas humanas, no hace más que retroceder la reconciliación social tras los enormes pasos que había dado la juventud egipcia en Midan Tahrir hace un par de años. De hecho, al mirar con atención, la plaza de Tahrir ha dejado de ser el principal punto de reunión para las propuestas, debates y discusiones de miles de musulmanes, árabes, coptos, nubios, universitarios, sindicalistas, obreros, campesinos, entre muchos otros, para pasar a escenarios como el de la plaza de Rabba al Adawiya donde el rojo ya no es el color de las pancartas sino el de la sangre que tiñe las muertes de gente con nula experiencia en el campo político y acostumbrada a ser movilizada bajo alguna influencia ideológica, ya sea de corte nacionalista y patriótica como un militar o de corte islamista radical como en el caso de un salafista. 

Cuando una revolución como la egipcia, sin líderes ni grandes ideologías, se enfrenta a la lucha de tiranos contra tiranos entonces siempre pierde la pluriversidad comunitaria. Se da pie a pensar que quien verdaderamente manda es aquel que tiene más balas en su pistola y aquel que puede ejercer una fuerza totalizadora apelando a la defensa de la democracia. Así es de paradójico el asunto pues hoy presenciamos fuego en las iglesias, fuego en las mezquitas, fuego en los barrios de Ciudad Nasr y fuego en las sedes del gobierno. Así es de paradójico cuando se quiere apagar el fuego con el fuego, resultando en un incendio más grande dentro de este Mediterráneo en llamas que no hace más que consumirse lentamente en beneficio de los que no gobiernan pero reinan desde afuera. 

La división sectaria es una vieja estrategia contra revolucionaria que sin embargo se nutre de la desinformación y el radicalismo. La división sectaria ha sido la herramienta más efectiva contra el cambio de conciencia generacional entre los jóvenes de la región que aspiran a una condición digna de vida que descentralice su historia de la historia europea y la trascienda para mostrarnos sus propios marcos y parámetros de desarrollo poscapitalista, poscolonial y posneoliberal. Las elites que se mueven dentro del aparato del Estado, militares, islamistas, nasseristas, mubarakistas, entre otro, han sido tan débiles contra la protesta pública que ha sido solo la lucha entre ellas lo que ha sido capaz de detener el avance de la pluriversidad comunitaria a la cual no se le pudo enfrentar con balas por su carácter pacífico. Esa debilidad mostrada por las elites ahora la han canalizado como fortaleza pero no contra la sociedad sino contra ellas mismas dando pie a un conflicto que, esperando equivocarme rotundamente, llevará a un conflicto más agudo a lo largo del país siendo las provincias el campo más fértil para la división sectaria. 

La resistencia contra el tirano pudo haber sido pacífica en Tahrir porque había un rostro que, aunque descrito diferente por los diversos componentes de la protesta, se percibía como el responsable de la indignación de la gente en la plaza. Pero cuando los tiranos tiran tiros para todos lados y los rostros del autoritarismo no solo se multiplican sino que al pelear entre ellos acaban con el tejido social, lo plural corre el riesgo de volverse sectario para justificar la labor epistemológica de Occidente y la mano dura de sus aliados los cuales no dudarán en jalar el gatillo que no jalaron cuando el pacifismo reinaba en las calles por el simple hecho de que aquel pacifismo se convirtió en un enfrentamiento desde el nacimiento de términos tan absurdos como el de “golpe de estado democrático” que confundieron a miles de personas que pasaron de manifestantes contra el dictador a espectadores de la lucha entre dictadores. 

Al Sisi, Mursi, Obama y Abdalá bin Abdelaziz son los viejos rostros que manejan el futuro de una nación joven y diversa dispuesta a mantener su revolución, pero la diferencia entre hoy y la primera ola de la tawra es que el pan, la justicia y la dignidad ahora serán buscados no por los medios y repertorios de los jóvenes egipcios sino por los viejos lobos que quieren que las revoluciones árabes dejen de respirar y que las aguas del Mediterráneo, aunque en llamas, vuelvan a estar tranquilas.

lunes, 12 de agosto de 2013

El Ejército como actor político en Egipto

María Cecilia Sánchez Sandoval ha elaborado un trabajo sublime sobre el ejército egipcio, haciéndonos un recuento de su historia para entender su papel actual en el Estado egipcio. Aquí les dejamos el documento que vale muchísimo la pena leer antes de voltear a ver de nuevo las noticias sobre Egipto.




Introducción

El Ejército Egipcio ha tomado, desde la época del naserismo, un papel muy importante en la configuración política del país. Como la institución más fuerte en Egipto, además de las funciones esperadas por parte de un ejército convencional, ha tomado bajo su cargo en los últimos 50 años funciones que usualmente pertenecen al Estado o a la inversión privada. Frente a un movimiento inusual y revolucionario como el de la Primavera Árabe, el ejército ha podido capitalizar el poder político construido a través de los años,  para convertirse en el principal actor político y económico de Egipto. En este trabajo, se hará hincapié en que la apropiación de características de Estado por parte del ejército ha sido posible gracias a su posición como la institución más fuerte, eficiente e influyente del país.

Ante los hechos recientes de la Primavera Árabe en el 2011, y la “segunda ola” revolucionaria acaecida en el 2013, la comprensión del poder castrense en Egipto toma una importancia central tanto para académicos como para tomadores de decisiones. Desde el punto de vista académico, un estudio acerca del poder del ejército egipcio contribuye a los análisis actuales acerca del papel que ha desempeñado, y desempeñará, el ejército Egipcio tras la Primavera Árabe. Aporta además información acerca de las características y desarrollo de gobiernos militares en Medio Oriente y América Latina durante la segunda mitad del siglo XX.

 En el caso de los tomadores de decisiones, el presente estudio puede aportar información que se agregue, como un factor de decisión, al debate en torno a la caracterización de los acontecimientos recientes como golpe de Estado o como transición democrática, y al debate acerca de la continuidad en el apoyo económico recibido por el ejército egipcio. La investigación pretende también advertir acerca de las consecuencias, tanto positivas como negativas, de fundamentar el poder político en el ejército. Finalmente, este trabajo podría ser útil para aquellos que participan en los movimientos sociales en Egipto, como una monografía del actor político con el que interactúan.

Para cumplir con el objetivo de analizar la singular posición del ejército egipcio, es necesario conocer cuál ha sido su relación con el poder a partir del final de la monarquía egipcia. En el apartado “Del Naserismo a la Primavera Árabe” se hará un recuento de la historia del ejército desde la revolución en 1952 con la que Gamal Abdel Nasser llegó al poder, hasta la deposición de Hosni Mubarak en el 2011 y el periodo de gobierno militar.
En el apartado siguiente, “El ejército como institución clave en Egipto” se analizará la posición de poder tomada por el ejército en el 2011, y las condiciones que permitieron esta singular acción. Es en esta sección en la que se desarrollará con mayor detenimiento la hipótesis del acceso al poder político por parte del ejército como resultado de una falta de capacidad por parte del Estado para atender las demandas de la población.

El presente estudio tiene un enfoque particularmente histórico debido a su interés en encontrar en el desarrollo de la historia castrense de Egipto, la explicación a la actual situación del ejército en relación con el poder. Los datos son primordialmente cualitativos, y el caso es visto como crítico, debido a la relevancia que la posición del ejército ha tomado en los últimos años. La mayor parte de las fuentes de información empleadas son secundarias: ensayos académicos acerca del tema, libros sobre la historia de Egipto y estudios militares efectuados por especialistas extranjeros. 

Del Naserismo a la Primavera Árabe

Frente a la dominación colonial de Egipto, surgieron dos proyectos: el nacionalismo egipcio y el islamismo. El nacionalismo egipcio se manifestó en la creación de partidos políticos pro nacionalistas y periódicos usados como propaganda. Uno de estos partidos, el Wafd, fue fundado en 1983 y fungió como principal fuerza opositora a occidente. El ala armada de este partido, el Movimiento de Oficiales Libres fundado tras la derrota frente a Israel en 1948, acabó por tomar posiciones enfrentadas al propio partido.
En 1951, el Wafd gobernaba el país “con un programa demasiado débil para aquellos momentos políticos tan delicados” (Azaola 2008) Esto, aunado a la debilidad de la burguesía nacional egipcia y al descontento nacional frente al constante dominio inglés y francés, llevaron a que “el ejército apareciera como la única fuerza organizada ‘capaz de emprender acción decisiva’, tal y como lo señala Gamal Abd al-Naser en su texto base Filosofía de la Revolución(Azaola 2008). Las consecuencias fueron un levantamiento en contra de la presencia británica en Suez, y finalmente, el incendio de El Cairo, que precipitó el golpe militar del 23 de julio de 1952. 

El golpe militar acabó con el reinado de Faruk II, que fue exiliado a Italia, marcando el final  del gobierno monárquico que había sido impuesto por ingleses y franceses.  El nuevo gobierno, con Muhammad Naguib como presidente, no fue monolítico. Al interior, tanto Naguib como Gamal Abdel Nasser y Abdul Hakim Amer jugaban con extrañas relaciones de poder, en las que Naguib era titular, Nasser el ideólogo y líder carismático, y Amer contaba con todo el apoyo militar. Este juego de poder determinaría, poco a poco, la posición del ejército dentro del gobierno egipcio.

En 1954, Nasser toma el poder, erigiéndose como Presidente de Egipto, y nombrando a Amer como comandante en jefe del ejército. En esta época, el poder político del ejército fue en aumento. Durante la presidencia de Nasser, el porcentaje de oficiales militares en el gabinete presidencial fluctuó entre el 32% y el 65% (Tusa 1989). Había además un interés en mostrar al ejército egipcio como moderno y poderoso después de la guerra fallida en contra de Israel en 1948, y de la derrota frente a Israel, Francia y Gran Bretaña en la disputa por el Canal de Suez en 1956. Esto, aunado al fracaso del recién terminado proyecto de unión con Siria, llevó a Egipto a involucrarse en los conflictos civiles de Yemen en 1962. 

Las armas utilizadas en este conflicto provenían de la Unión Soviética. En plena época de la Guerra Fría, Egipto también entró en el juego de influencias entre Estados Unidos y la superpotencia comunista. A pesar del discurso de Nasser en contra de una alineación, y de su participación en las conferencias de Bandung, era necesario tener una milicia fuerte para poder enfrentarse a Israel, y consolidarse como nación libre e independiente. Puesto que no había esperanzas de recibir ayuda por parte de los países occidentales, en 1955 se firma el tratado checo-egipcio, con el que Egipto obtendría armas soviéticas para mejorar su tecnología (Sierra Kobeh 2008). Fue así que comenzó el proceso de fortalecimiento del ejército.

No obstante este proceso, y a pesar de la tecnología y el entrenamiento soviético, Egipto tuvo serios problemas durante su intervención en Yemen. Hacia 1967, la derrota frente a Israel en 1967 y en 1969 hizo obvia la falta de efectividad del ejército egipcio. 12 mil egipcios murieron, y el 80% del armamento terrestre y aéreo fue destrozado (Sierra Kobeh 2008). Con todo y los resultados desalentadores, la Guerra de los Seis Días llevó a una mayor inversión en el ejército como un intento de prevenir nuevas derrotas. Paradójicamente, mientras el poder político de la cúpula militar egipcia aumentaba, por efecto de su importancia en la política exterior del país, y de la inversión recibida, su efectividad militar se veía gravemente disminuida. (Hashim 2013)

Pero no fue la inversión económica la única responsable del crecimiento e el poder político del ejército. La intervención en la guerra civil de Yemen había ya favorecido enormemente a la cúpula del ejército, creando una división muy profunda en lo que ya se perfilaba como un “estado dentro de un estado” (Hashim 2013). A la muerte de Nasser, el ejército no encajaba en clase social alguna y se encontraba polarizado al interior, pero claramente diferenciado del resto de la población. El ejército egipcio, en plena crisis, era la institución más importante del país.

A la muerte de Nasser, el vicepresidente Anwar el-Sadat, recibió la presidencia en medio de un ambiente tenso tanto al interior como al exterior. Aunque Nasser, a diferencia del resto de los mandatarios del movimiento árabe, había logrado conservar su posición como gobernante, no había conseguido evitar la división al interior del ejército (Sierra Kobeh 2008). Esta división se hizo evidente en la oposición entre Sadat y Ali Sabri, vicepresidente de la Unión Socialiasta Árabe (USA), poniendo al recién llegado presidente en una situación difícil.  Las diferencias ideológicas entre ambos parecían irreconciliables. Mientras que Sadat consideraba que el rumbo a seguir era el desmantelamiento progresivo del naserismo, Ali Sabri era un férreo defensor de las políticas socialistas y de nacionalización emprendidas por Nasser en los años 60 (Azaola 2008). Sadat emprendió entonces la tarea de cambiar a los líderes del ejército y a los del partido único, en lo que llamó la “Revolución correctiva” o “Segunda Revolución”, despejando así el camino para llevar a cabo su proyecto económico y diplomático. El Ejército, a pesar del poder adquirido hasta entonces, estaba demasiado dividido como para presentar una resistencia importante a estas medidas, y Sadat supo capitalizar su apoyo entre ciertos sectores de la milicia.


Fuente: www.britannica.com

 Ante la negativa soviética de apoyo para iniciar una guerra de recuperación de la península del Sinaí, Sadat rompió en 1972 el tratado de amistad con la URSS, y consiguió la salida de los técnicos soviéticos en Egipto (Golan 2007). La nueva política exterior estaba orientada hacia países como Arabia Saudí, Jordania y Siria (Azaola 2008) siendo Siria aliado de Egipto durante la guerra del Yom Kipur en 1973.  El resultado de esta guerra es incierto, y su negociación lo es aún más. Suele afirmarse que durante toda la guerra, hubo “intensa actividad diplomática” por parte de las dos superpotencias de la Guerra Fría (Azaola 2008) aunque hay autores que sostienen que fue sólo hasta el final de esta guerra cuando la intervención de Henry A. Kissinger como Secretario de Estado americano, en base a la resolución 338 del Consejo de Seguridad de la ONU fue relevante. (Ashton 2007)

            Este nuevo enfrentamiento, complejo por la cantidad de intereses involucrados, contribuyó también a la formación del ejército egipcio. La negociación de la paz con Israel, el rompimiento de relaciones con la Unión Soviética, y el aparente acercamiento con las potencias de occidente no fueron bien recibidas por todos los oficiales al interior del ejército. Mantener el poder mientras se realizaban cambios tan profundos en la política exterior del gobierno egipcio requirió un fuerte de Sadat sobre el poder político de los oficiales. Para esto, el presidente se valió de una combinación de maniobras políticas de división al interior del ejército y de franca destitución de aquellos oficiales que pudieran erigirse como rivales. Muestra de ello son los casos del comandante en jefe y el jefe de reclutamiento. Justo antes de la guerra de 1973, el comandante en jefe del ejército era el General Ismail, que carecía de ambiciones políticas y obedecía al pie de la letra el mandato de Sadat, y el Jefe de Reclutamiento, Saad al-Shazli, había sido reemplazado por Abd al-Ghani Gamasy, seguidor de Sadat. Era ya obvio que la supervivencia política dependía de la lealtad mostrada hacia el presidente egipcio (Hashim 2013).

Con el discurso del triunfo parcial en la guerra de 1973 vino una época de euforia que duró poco. Los costos del enfrentamiento habían sumergido a la economía egipcia en una peligrosa espiral de deuda, estancamiento e inflación que hacían difícil sostener el programa socialista inciado por Nasser. Ya con mayor firmeza en el poder, Sadat inició el proceso de desmantelamiento progresivo del socialiso y el panarabismo  naseristas conocido como la Infitah, Puertas Abiertas. 

La Infitah era un programa que involucraba cambios en la política interior y exterior del país. A nivel exterior, buscaba un acercamiento con Estados Unidos, mientras que al interior promovía una economía liberal y abierta a la inversión extranjera. El primero de estos dos objetivos se vio favorecido desde la restauración de las relaciones diplomáticas entre El Cairo y Egipto tras la guerra de octubre de 1973, seguida por una serie de acercamientos entre Egipto e Israel que desembocarían en las negociaciones acerca de la desocupación de la península del Sinaí, y el dominio sobre el Canal de Suez. A nivel interior, Sadat declaró el fin de las nacionalizaciones, el sometimiento de la economía egipcia a las leyes del mercado, y la apertura a las inversiones extranjeras. Todo esto con el objetivo de reanimar una economía golpeada por la guerra (Azaola 2008)

De acuerdo con el plan trazado por el FMI, era necesario que se retiraran las subvenciones a un grupo importante de productos de primera necesidad. Las protestas por parte de la gente de a pie ante estas medidas no se hicieron esperar. Cuando las medidas afectaron a los subsidios en el arroz, el azúcar y el gas, se desataron olas de protestas encabezadas por estudiantes, obreros, y las clases más bajas de las ciudades. Las protestas de enero de 1977 alcanzaron tal nivel de violencia que fue claro que la policía no era capaz de contener los disturbios. Así las cosas, Sadat declaró ley marcial y ordenó a Gamasy que interviniera con el Ejército. No obstante, el pacto establecido en 1973 prohibía el uso de la fuerza militar en contra de los civiles. Gamasy se negó entonces a intervenir a menos que Sadat volviera a subsidiar los productos básicos. Sadat, sabiendo lo inestable de su posición, cedió ante la petición del ejército (Hashim 2013). No obstante, pasada la crisis, implementó medidas fuertemente coercitivas en contra de movimientos opuestos al gobierno.

La aparente fuerza política del ejército al enfrentarse así al presidente respondía al antagonismo existente entre Sadat y la milicia tras la ruptura de relaciones con la Unión Soviética. Roto el tratado de amistad y cooperación, el ejército egipcio había perdido su fuente de armas, tecnología y entrenamiento. Era una preocupación fundamental de los oficiales el que, si llegara a darse un nuevo enfrentamiento con Israel, serían vencidos por falta del equipo necesario (Hashim 2013). La falta de un aliado militar intentó solucionarse buscando apoyo de naciones como Alemania y Yugoslavia, pero las armas conseguidas no podían compararse con el flujo armamentista que hasta entonces había recibido Egipto de parte de los soviéticos (Azaola 2008). La solución llegó desde el que hasta entonces había sido enemigo egipcio.

Entre el 5 y el 17 de septiembre de 1978, se llevó a cabo la reunión, en Camp David, del presidente egipcio Sadat y el primer ministro israelí Menahem Begin, en la que se negociaron las condiciones bajo las cuales se haría la paz entre ambos países. El presidente Sadat acudió a la reunión con el apoyo de un ejército que, aunque renuente a tener tratos con Israel y con Estados Unidos, se sabía muy débil y prefería no entrar en una lucha. Resultado de la firma de la paz en marzo de 1979 fue el compromiso estadounidense de otorgar 5000 millones de dólares cada año a ambos países, para contribuir al proceso de paz (Azaola 2008).  A cambio de esto, Egipto, que se había erigido como principal opositor al establecimiento de un Estado Israelí en territorio palestino, fue, paradójicamente, el primer país árabe en reconocer oficialmente a Israel.

Las armas estadounidenses tardaron en llegar, y los oficiales egipcios protestaron al respecto. Las protestas militares, no obstante, eran menos preocupantes para Sadat que el movimiento islamista que se estaba gestando al interior de Egipto. Fueron las fuerzas islamistas, fuertemente reprimidas por Sadat, las que lo asesinaron en 1981, por considerarlo traidor tras el reconocimiento israelí. A su muerte, Hosni Mubarak, ex oficial de la Fuerza Aérea y vicepresidente desde 1975, asumió el poder después de un corto periodo de transición ejercido por Sufi Abu Taleb.

A pesar de que la sucesión se daba tras asesinato del presidente, el país no entró en caos. El ejército asumió con prontitud el control de las calles y suplió rápidamente a aquellos que perecieron en el ataque (Cook 2011). La llegada de Mubarak al poder se vio envuelta en las consecuencias del asesinato del anterior presidente a manos de islamistas radicales. Si bien Mubarak no debió consolidar su poder frente a adversarios políticos importantes, sí que debió implementar fuertes medidas para asegurarse de que la milicia no estuviera infiltrada por islamistas. 

 Los islamistas habían ya conseguido adeptos entre los rangos más bajos del ejército. Provenientes de los estratos sociales más pobres de Egipto, los soldados eran fáciles de convencer por el discurso radical. Después de las reformas económicas emprendidas por Sadat, y tras su regreso de la guerra con Israel, muchos soldados se encontraron con salarios muy bajos en una economía que exigía solvencia económica. Esto, aunado a una disciplina fácilmente redirigida, y a la falta de educación, los convertía en blancos perfectos para los esfuerzos islamistas (A. Hashim 2013). Se implementaron entonces programas de educación para contrarrestar el analfabetismo, y nuevos sistemas de incentivos y pagos.

Entre 1981 y 1987, el segundo hombre más poderoso en Egipto era Abu Ghazala, ministro de defensa de Mubarak. El poder político y el reconocimiento a nivel internacional que consiguió ejerciendo su cargo antagonizaban el poder de Mubarak, quien decidió relevarlo como ministro en lo que sería el principio de un nuevo intento presidencial por mantener a la élite militar fuera del poder político. A cambio de esto, Mubarak permitió al ejército ampliar aún más el poder económico resultante de las industrias bajo dominio militar (A. Hashim 2013). Es bajo el gobierno de Mubarak que el ejército se involucra no sólo en industrias armamentistas, sino incluso en productoras de alimentos y de electrodomésticos. A cambo de dejar su participación en la política, y como medida para asegurar su régimen, Mubarak ofreció al ejército el control sobre una gran variedad de empresas, convirtiéndolo en el principal actor económico del país. 

El control del ejército sobre empresas separadas de lo estrictamente necesario para la milicia no era algo nuevo en Egipto. Ya desde 1970, cuando la economía egipcia estaba sumida en el caos, el ejército había sido elegido para dirigir empresas que producían bienes para el consumo civil. Bajo los auspicios de la Organización Nacional de la Producción (NSPO por sus siglas en inglés), un gran número de empresas fueron confiadas a la disciplina de la organización militar (Gotowicki 1994). Sin embargo, no fue sino hasta el gobierno de Mubarak que el ejército gozó de verdadera libertad para aprovechar las ganancias creadas por estas empresas.

Durante los años noventa, la insurgencia islamista se volvió aún más virulenta. Especialmente en las partes más pobres del país, los movimientos islamistas estaban creando un verdadero estado de caos. Sorpresivamente, no fue el ejército el encargado de hacer frente a este problema. Fiel a la posición que había tomado desde 1977, el ejército se mostraba renuente a participar en actos en contra de su población. Esta característica es definitoria del ejército egipcio, en el que una gran parte de sus soldados se identifican más con el pueblo que con el Estado. Además, no estaba en el interés de Mubarak el exponer a un ejército que probablemente estaba, en sus bases, más a favor del movimiento islamista que del propio Mubarak. La respuesta al problema fue entonces la creación de un órgano independiente y altamente represivo, encargado de acabar con los movimientos islamistas, y una orden al cuerpo policíaco, siempre fiel a Mubarak, de tomar medidas más radicales si eran necesarias.

A la entrada del siglo XXI, el principal problema de Mubarak no era ya el islamismo, sino su deseo de continuar al mando de un país ya profundamente polarizado. Enfermo, y después de haberse reelecto varias veces, había fuertes indicios de que, al terminar su mandato en el 2011, intentaría que su hijo fuera nombrado sucesor suyo. El ejército estaba totalmente en contra de Gamal, hijo de Mubarak, y lo expresó así en repetidas ocasiones (Cambanis 2010), aunque también estaba consciente de que un cambio de gobierno podría quitarles los privilegios que habían adquirido mientras Mubarak estaba a cargo.

El escenario político de Egipto dio un vuelco cuando, el 25 de enero de 2011, los egipcios, animados en parte por el triunfo de la revolución pacífica en Túnez, tomaron las calles de El Cairo y Alejandría, consiguiendo deponer a Mubarak. En este sentido, el ejército jugó un papel central, aún cuando no usó la fuerza. En una revolución, las acciones del ejército son decisivas, sean éstas actuar en contra de la población, declarar neutralidad, o francamente apoyar al movimiento (Chorley 1943).  En el Egipto del 2011, el ejército tomó una posición neutral en un inicio, y más tarde se declaró abiertamente a favor de la deposición de Mubarak.

La Primavera Árabe en Egipto inició una nueva época, en la que el ejército, como actor político fundamental de este país desde el golpe de estado de 1952, jugó un papel clave, desempeñándose como la institución más eficiente para enfrentar una crisis social y política como la acontecida en el 2011. Pero ¿cuáles son los factores que permitieron el paso de un simple ejército al liderazgo, durante un año, de un país completo?

El Ejército como institución clave en Egipto
 
De acuerdo al teniente coronel estadounidense Stephen H. Gotowicki, “se espera que las organizaciones militares tengan una estructura organizacional suficientemente capaz de conducir los asuntos de un Estado, manejar proyectos nacionales, y resolver el caos político.” (Gotowicki 1994) En el caso de Egipto en particular, es claro que el ejército no sólo tiene la estructura suficiente para cumplir con estas funciones, sino que las ha cumplido ya al menos en una ocasión. Esta fuerza política del ejército egipcio tiene sus orígenes, como se ha explicado en el apartado anterior, en una historia de casi sesenta años, en la que el ejército fue adquiriendo poder político y económico en el país.

            La principal causa de esto, es la vulnerabilidad de los gobiernos que subieron al poder durante este periodo. Si bien es cierto que tanto Nasser como Sadat y Mubarak ejercieron un fuerte presidencialismo, también es cierto que los conflictos tanto al interior como al exterior del país ponían en jaque a los tres gobiernos. Ante amenazas como el conflicto permanente entre el mundo árabe, y más tarde la fuerza del movimiento islamista, la respuesta de los tres gobernantes fue fortalecer al ejército. De esta forma, ya desde 1967 era notorio que, “tras la derrota árabe, el Ejército parecía ser la única fuerza capaz de ofrecer una alternativa organizada a la situación que se vivía en Egipto” (Azaola 2008).

            Una característica particularmente notoria de este apoyo en el ejército es que, a pesar de que Egipto posee el segundo ejército más fuerte en el Medio Oriente, éste no haya sido empleado en contra de la población en épocas de conflicto, como ha sido el caso en muchos otros gobiernos fundamentados en el poderío militar. Una posible explicación a esto es la identificación existente entre los mandos bajos del ejército, y las clases bajas dentro de la población. Sin embargo, ante una amenaza tan grave al sistema bajo el cual se habían regido durante tantos años, ¿cómo es que el ejército en el 2011 prefirió deponer a Mubarak, que tantas concesiones económicas les había dado? 

            Es importante recordar que el proyecto de Mubarak era dejar el poder a su hijo Gamal, quien, alejado de la tradición militar de su padre, era visto con recelo por parte del ejército. Cuando las protestas llegaron a las calles, el ejército debió elegir entre apoyar una sucesión dudosa, o capitalizar su fama entre la población como la institución “menos corrupta y más eficiente” (Cambanis 2010), presente durante tiempos de crisis. Y es que Gamal podría traer consigo amenazas serias para los negocios militares. Acompañado de jóvenes empresarios no militares, el ejército leía en su proyecto de gobierno una fuerte amenaza de ser desplazado. La decisión del ejército fue sacrificar a una parte de sí mismo (Mubarak y sus seguidores) para salvar al resto de sí mismo (Al-Azm 2011). Y ocurrió entonces que, paradójicamente, el ejército que había sido financiado por los Estados Unidos para patrullar el área de Medio Oriente, se volvió pieza clave en la deposición de un dictador que hasta ahora se había mantenido en relaciones estables con esta potencia. (Dabashi 2012)

            Fue entonces como el lugar que el ejército había ocupado ante el vacío de poder generado por un Estado ocupado en consolidar su poder acabó rindiendo frutos cuando el ejército verdaderamente asumió el control del gobierno durante un año completo. Mubarak no tuvo el apoyo del ejército frente al pueblo porque tanto él como Nasser y Sadat habían fomentado una institución bastante independiente con respecto al presidente, que contaba además con legitimidad frente al pueblo. Un ejército con el poder suficiente para construir y controlar una carretera desde El Cairo hasta el Mar Rojo, manufacturar estufas y refrigeradores para exportación, y producir incluso aceite de oliva y agua embotellada además de sostener sus funciones como ejército implica una institución de poder inmenso. Institución, además, cercana al pueblo. Cuando los hubo protestas causadas por la falta de pan en el 2008, fue el ejército, desde sus propias panaderías, el encargado de repartir pan a toda la población (Cambanis 2010)

Una vez entregado el poder a la Hermandad Musulmana tras las elecciones en el 2012, el ejército ganó además legitimidad como respetuoso de la democracia. Sin embargo, entregar el poder no es siempre algo tan sencillo. En el 2013, ante las nuevas protestas en contra del gobierno de Mursi, miembro de la otra institución importante de Egipto, el ejército vio la oportunidad de recuperar el poder cedido en el 2012.

Fuente: caracteres.mx

            La deposición de Mursi colocó de nuevo al ejército al frente de Egipto, iniciando un fuerte enfrentamiento entre este “nuevo orden” y el gobierno anterior, que representaba los intereses de la Hermandad Musulmana. “Este enfrentamiento se trata de un canibalismo que tiene su origen en el estado colonial donde ambos actores nacieron como supuestos movimientos contestatarios “al dominio imperialista europeo”. Unos proclamaron lealtad a la nación y otros al Islam, diciendo que en esas ideologías el pueblo egipcio conseguiría la liberación tan anhelada de la intromisión de estructuras coloniales,” (Garduño 2013) cerrando así un círculo en el que, una vez más, los enfrentamientos tiene su raíz en el pasado colonial de Egipto.

            No es posible saber en este momento cuál será el desenlace de la crisis que atraviesa Egipto. Sin embargo, es posible notar cómo la falta de atención por parte de un Estado hacia las demandas sociales de su población, y la creación de una institución fuerte e independiente son dos factores que, combinados, pueden llevar a un desplazamiento del Estado por parte del “estado dentro del estado” creado.



Bibliografía

Al-Azm, Sadik. «Arab Nationalism, Islamism and the Arab Uprisin.» London: London School of Economics, 2011. 14.
Ashton, Nigel. «Introduction: The Cold War in the Middle East.» En The Cold War in the Middle East, de Nigel Ashton. London: Routledge, 2007.
Azaola, Bárbara. Historia del Egipto Contemporáneo. Madrid: Catarata, 2008.
Cambanis, Thanassis. «Succession gives Army a stiff test in Egypt.» The New York Times, 11 de septiembre de 2010.
Chorley, K.C. Armies and the Art of Revolution. Londres: Faber, 1943.
Cook, Steven A. The Stuggle for Egypt From Nasser to Tahrir Square. Oxford: Oxford University Press, 2011.
Dabashi, Hamid. The Arab Spring. The end of postcolonialism. New York: Zed Books, 2012.
Garduño, Moisés. Canibalismo como mecanismo contra revolucionario. 15 de julio de 2013. http://yahanestan.blogspot.mx/2013/07/el-ejercito-egipcio-y-la-hermandad.html (último acceso: 2013 de julio de 16).
Golan, Galia. «The Cold War and the Soviet Attitude towards the Arab-Israeli Conflict.» En The Cold War in the Middle East, de Nigel Ashton, 59-73. London: Routledge, 2007.
Gotowicki, LTC Stephen H. «The Role of the Egyptian Military in Domestic Society.» Foreign Military Studies Office. 1994. http://fmso.leavenworth.army.mil/documents/egypt/egypt.htm (último acceso: 14 de julio de 2013).
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Sierra Kobeh, María de Lourdes. El Medio Oriente durante el período de la Guerra Fría: Conflicto global y dinámicas regionales. México: Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, 2008.
Tusa, Francis. The Army and Egypt. London: Brassey's Defence Yearbook, 1989.


viernes, 9 de agosto de 2013

Del silencio a la palabra. El pueblo nubio en la coyuntura de la "primavera árabe"



Paloma Sacristán, alumna brillante de Relaciones Internacionales en el ITAM, nos brinda la oportunidad de leer su trabajo sobre la revolución egipcia a través de un ángulo poco conocido en las prensas oficiales.




                                                               Casa Tradicional nubia
Fuente: http://spain.memphistours.com/Egipto/Excursiones/Asuan/El-Pueblo-Nubio-en-Felucca



Introducción

El pueblo nubio, descendiente del gran reino de Kush y de grandes templos como Abu Simbel, y que dominó Egipto durante 75 años, ha cambiado mucho desde sus orígenes en el año 3000 a.C. (González 2009). Actualmente ocupa cuatro países en África (Egipto, Sudán, Uganda y Kenia) y constituye la segunda minoría en Egipto, siendo aproximadamente el 2% de su población (Ikuska s.f.). Se caracterizan y diferencian del resto de la población egipcia en primer lugar por su aspecto físico: su piel es más oscura, sus rasgos más finos y sus ojos azules (Charlón 2010). O al menos así eran, pues tras varios éxodos por las numerosas conquistas que han sufrido, las provocadas inundaciones de sus tierras y la falta de condiciones adecuadas para su desarrollo, la mezcla en Egipto ha sido muy grande. Tan grande que sólo el 20% de la población nubia habla su lengua originaria e incluso ésta, entre sus propios dialectos no es comprensible (Ikuska s.f.).

Hoy en día, el pueblo nubio en Egipto es considerado de segunda clase, se encuentra pobre, marginado y relegado a actividades que los egipcios no quieren desempeñar (Diab 2012). Esta situación tiene sus orígenes en la construcción de la presa de Asuán durante la presidencia de Nasser, con la que los nubios perdieron las tierras donde habitaban y de las que vivían.

Sus necesidades y ahora demandas desde el año 1963 no han sido tomadas en cuenta. Con la revolución egipcia del 25 de enero de 2011 parece abrirse una puerta para la población Nubia; los levantamientos en Egipto los energizan y les dan las fuerzas para manifestarse. Esperan ser escuchados y tienen la esperanza de volver a sus tierras originarias (Little 2011). ¿Es esto posible? ¿Qué hay en estas tierras, a las orillas del ahora Lago Nasser, que las hace tan importantes e imprescindibles para el gobierno egipcio?

A lo largo de este escrito se hablará un poco de la historia del pueblo nubio y las circunstancias bajo las cuales se decide crear la presa de Asuán, para llegar a su situación actual. Posteriormente, se abundará sobre los intereses que giran en torno a las tierras nubias. Se pretende concluir con una visión hacia el futuro de este pueblo, sus posibles acciones y si realmente es posible un reasentamiento del mismo, a partir de la primavera árabe. Las fuentes utilizadas fueron principalmente enciclopédicas y periodísticas.

Historia del Pueblo nubio

Los orígenes del actual pueblo nubio vienen del reino de Kush; un reino majestuoso y de gran poderío, que fue explotado y dominado varias veces por contar con materias primas, principalmente oro. Su periodo de mayor esplendor fue en los siglos VIII y VII a.C., durante los cuales gobernó Egipto (Draper 2008).

Posteriormente, tuvieron lugar una serie de conquistas – la cristianización en el siglo VI, la conquista árabe en el siglo XIV y la conquista egipcia en 1820 (Encarta s.f.) – con las que todo el poderío anterior decae, la identidad del pueblo es suprimida y se establecen las bases para la futura planeación e inundación de sus tierras. “Nubia’s strategic importance arises from the fact that it is the only continuously inhabited corridor between the Mediterranean and sub-Saharan Africa, which in many ways has shaped its history.” (Abdalla 2011)

A partir de 1882 y hasta 1936 Egipto estuvo bajo la dominación de Reino Unido. En este periodo se construyeron tres presas (1902, 1912 y 1933), con las que el territorio nubio fue inundado, pero la población permaneció en el mismo, reconstruyéndolo cada vez (Campos 2010). Es en 1960, con el presidente egipcio Nasser, que se construye la presa de Asuán (Little 2011) con el fin de impulsar el crecimiento de la industria agrícola y energética de Egipto (Diab 2012) a cambio de la mayor destrucción de un pueblo que ya había perdido su importancia.

Se previó la inundación de la Nubia egipcia y se hizo una promesa de reasentamiento para 1963, en la que se protegería su cultura y tradiciones y se reconstruirían las casas, escuelas, etc. en las mismas condiciones. Fueron reinstalados en la Nueva Nubia más de 100,000 habitantes, de los cuales muchos emigraron a otros países o a otras partes de Egipto. El pueblo nubio, tras la mayor destrucción de su historia, fue reinstalado en una zona no apta para la agricultura, su principal actividad económica. Sus casas fueron construidas con materiales de mala calidad y en general su vida nunca volvió a ser como antes. Además, la UNESCO hizo el trabajo más grande de rescate, con un gasto de 42 millones de dólares, trasladando los templos más importantes, legado del reino de Kush. Todo lo demás quedó bajo las aguas del Lago Nasser (Little 2011).

El proyecto de la Presa de Asuán

Nasser llegó al poder en 1954 con dos contextos muy particulares. En primer lugar, a nivel interno hay un nacionalismo muy fuerte (Hourani 2006), contrario al occidentalismo que había dominado tras la independencia de Gran Bretaña. Esto constituye la principal razón por la que Nasser llega a la presidencia. Su contrincante, a quien engaña y destituye, era pro occidental y liberal. Por el contrario, Nasser quería formar un movimiento nacionalista panárabe contra Israel por ser traidor y occidentalista. Así, obtuvo la presidencia de manera oficial tras un plebiscito en el que tuvo casi el 100% de aceptación y Egipto se constituyó en una república socialista árabe de partido único: la Unión Nacional. (Biografías y vidas s.f.)

En segundo lugar se encuentra un contexto internacional de Guerra Fría, Frente al cual Nasser pretendía permanecer neutral. Sin embargo, se une a la Conferencia de Bandung en abril de 1955 y posteriormente en 1956 para unirse al Tercer Bloque Mundial de Países no Alineados. (Sierra Kobeh 2008) Nasser desarrolló la reforma agraria (puesta en marcha el 8 de septiembre de 1952) y sometió la actividad económica al Estado (Biografías y vidas s.f.). El proyecto más importante de su mandato era la construcción de la presa de Asuán, para lo que pidió financiamiento al Banco Mundial, Estados Unidos y Reino Unido. Con los antecedentes de que la URSS y Checoslovaquia habían suministrado material bélico, rompiendo así el monopolio de occidente, ambos países negaron su apoyo. A pesar de este rechazo, Nasser no se iba a rendir y decidió nacionalizar el Canal de Suez, donde los principales accionistas eran Gran Bretaña y Francia.

 A esto siguió un ataque conjunto de Israel, Gran Bretaña y Francia, que ahora se conoce como Guerra de Suez y que fue el detonante para que el Mundo Árabe entrara en la Guerra Fría y para elevar a Estados Unidos y la URSS a superpotencias (Sierra Kobeh 2008). De esta manera, Nasser ganó mucha más popularidad en el país y el mundo árabe y también respeto en el ámbito internacional. Así podemos ver que la historia se repite: la consolidación como mandatario terminó siendo más importante que borrar la historia y la cultura de todo un pueblo originario de esas tierras. Paradójicamente, Nasser, con su afán de levantarse frente a Occidente, terminó haciendo lo mismo que Francia y Gran Bretaña habían hecho durante su dominio: pasar por encima de los habitantes. La construcción de la presa de Asuán es el mayor ataque a la población Nubia y es el origen de sus problemas actuales. Las consecuencias de este hecho terminaron ejerciendo un impacto muy grande y perdurando hasta la fecha, concordando con lo que dice Halliday respecto a que durante el periodo de la Guerra Fría los asuntos al interior de los países tuvieron una mayor repercusión que los internacionales o regionales. (Halliday 2005)

Situación actual

Hoy en día, la población Nubia en Egipto está concentrada muy al sur del país: de Kom Ombo a Abu Simbel o entre la primera y la segunda catarata del Río Nilo (Education Development Center s.f.). Sin embargo, muchos han migrado y ahora viven en otras partes de Egipto. Una consecuencia importante de esta migración derivada del reasentamiento de 1963, es la pérdida de la lengua Nubia, que está próxima a su desaparición a pesar de que para los nubios es de gran importancia pues “…the language is the most important instrument to perpetuate the memory of a culture". (Ahmed Gadkab y Saleh Awad s.f.) De toda la población de origen nubio en Egipto, únicamente el 20% sigue hablando algún dialecto de su lengua y no es posible comunicarse entre los diferentes dialectos, pues ya se encuentran muy distanciados.

En cuanto a la religión, sus creencias iniciales fueron eliminadas casi en su totalidad con la conquista árabe y desde el siglo XIV la religión mayoritaria es el Islam (sunismo). Paralelo al Islam, al igual que en otros países donde han permanecido las creencias más antiguas, se encuentra el animismo, con la fe en el espíritu del Nilo (Countries and Their Cultures s.f.).
Su economía se basa en la agricultura (Ahmed Gadkab y Saleh Awad s.f.) y la pesca (Hays 2012) aunque cada vez en menor medida y con más dificultades por haber sido reasentados en una región más desértica y con tierras menos fértiles. Buscaron alternativas: algunas mujeres han encontrado empleo como maestras, trabajadoras de los servicios públicos y costureras (Ikuska s.f.) y actualmente el turismo es la principal fuente de ingreso de la población Nubia cercana a Asuán (Charlón 2010). Los nubios han ocupado las principales actividades relacionadas con el turismo y han convertido su cultura, sus tradiciones e incluso sus casas en un recorrido turístico que no puede faltar en una visita a Egipto.

La educación es de gran importancia para la cultura Nubia y el 80% de las mujeres son educadas (Abdalla 2011), aunque en las escuelas construidas después de 1960 ya no se imparten las clases en lengua nubia, sino en árabe y mucha de su cultura e historia ya no es enseñada.
Otro aspecto que define la situación de desventaja de los nubios es la opinión negativa e incluso la ignorancia que los egipcios tienen sobre ellos. Los nubios son considerados “personas de fuera" (Simon 2011) e inferiores, creencia que surge principalmente de sus rasgos físicos dominantes pero sobre todo viene de las acciones políticas posteriores a su reasentamiento. Estas políticas incluyeron borrar su historia de la historia de Egipto y realizar campañas propagandísticas falsas y muy extensas respecto a un supuesto deseo de la población nubia de separarse de Egipto. Debido a esto, frecuentemente son marginados dentro de las ciudades, siendo relegados a vivir en las zonas pobres y a desempeñar trabajos de servidumbre y limpieza (Diab 2012). De esto se deriva también el que sean considerados ciudadanos de segunda clase, lo que los obliga a luchar por sus derechos y mejores servicios. Aunado a esto, los asentamientos nubios se encuentran en el sur de Egipto, zona que no es predominante en la toma de decisiones, al contrario de los centros urbanos que se ubican al norte y desde donde se administra el país (Diab 2012).

Si bien es cierto que históricamente los nubios no han tenido muchas razones para confiar en los políticos egipcios, inevitablemente sus esperanzas por cambiar su situación política se reavivaron con las elecciones de finales de 2011. Su principal preocupación en los últimos años ha sido conseguir una mayor representación política, ya que desde 1970 perdieron los dos escaños que tenían en el Parlamento (Simon 2011). Aunque diferentes partidos políticos se acercaron a los nubios para buscar su apoyo en las elecciones de 2011, ellos ya no se dejan engañar, pues con el paso del tiempo han aprendido que “political parties use the Nubian issue for their election campaigns and nothing more” (Gehad 2013). En esta ocasión depositaron sus esperanzas en el Partido Socialista, un partido nuevo que surgió después de la revolución y entró en una alianza política con otros partidos políticos de ideologías similares para competir en las elecciones. La alianza terminó por desintegrarse y el partido por desaparecer después de la votación.

La llegada al poder del Partido Libertad y Justicia no representa un cambio para su condición dentro de la sociedad egipcia. Más específicamente, miembros del partido gobernante han hecho declaraciones despectivas acerca de los nubios al referirse a ellos como “invasores de Egipto” (Gehad 2013). Esto naturalmente ha influido negativamente en la opinión que se tiene de dicho partido entre los grupos nubios.

La principal razón por la que la representación política es tan importante para esta minoría es la serie de demandas que han esgrimido, de las cuales la de mayor jerarquía es el reasentamiento a orillas del Lago Nasser (Little 2011), respecto al cual piden el cambio de nombre a Lago Nubia, que es como se llama en la parte sudanesa. Además de que consideran esta zona como su hogar, exigen que el gobierno les otorgue tierras en las que puedan establecerse y cultivar. En segundo lugar, el reconocimiento de la cultura y lengua nubias son otro punto esencial para ellos, aunado a que se enseñe en todo Egipto su historia como parte de la historia nacional. También exigen una ciudadanía completa, con mayor representación electoral (Awadalla 2013).

¿Qué esperar?

Si bien el futuro de los nubios, al igual que el de su proyecto de reasentamiento, es incierto, mucho ha influido la revolución del 2011 a favor de su causa. En el periodo anterior a la revolución egipcia, los nubios eran lo que se podía considerar una minoría “silenciosa”, ya que no acostumbraban expresar públicamente sus reclamos. Sin embargo, hubo un cambio en el espíritu nubio, que fue desencadenado por el espíritu revolucionario que inundaba a Egipto. Con un nuevo ímpetu para su movimiento, sus manifestaciones públicas comenzaron y su lucha activa es cada vez más notoria. Este fenómeno no es característico únicamente de los nubios, sino que en todo Oriente Medio se dio un cambio de conciencia hacia una participación política más activa. Una causa de esto es la creciente comunicación por medios electrónicos que han revolucionado el mundo y que en el caso árabe fue el factor determinante para la primavera árabe. (García 2011)

Un ejemplo fue un evento que organizó la Unión Democrática de Jóvenes Nubios para que el 18 de abril del presente año, aniversario de la última migración forzada, fuera el día para bloguear y tuitear por la causa nubia. Esto con la idea de que, en sus palabras: “si quieres saber algo sobre Nubia, no podrás verlo en lo medios, porque no reflejan la realidad cotidiana que se vive en este magnífico lugar del sur de nuestro país. Hay verdaderos tesoros que, con sus características, son dignos de ser mostrados, pero todavía estoy esperando que un verdadero artista lo haga.” (Awadalla 2013) Además, muchos jóvenes nubios realizaron protestas a la par de las manifestaciones de la primavera árabe con la idea de que el nuevo gobierno traería la justicia para todos. Fueron brutalmente reprimidas, con encarcelamientos y torturas. (Mortada 2012)

Otro factor a favor de la causa nubia es que poco a poco han ido ganando reconocimiento dentro de la sociedad egipcia. Esto ha sido facilitado por los nubios que han ascendido socialmente (Diab 2012), entrando al mundo del espectáculo y de la política, siendo este último de mayor importancia por los altos cargos que han ocupado. Destaca el caso del Marshal Mohamed Hussein Tantawi, quien fue presidente interino y consejero presidencial después de la destitución de Mubarak “In recent years, attitudes towards Nubian have been changing, and there is a recognition that the Nubian people were wronged.” (Diab 2012)

El cambio de gobierno se tomó como otro punto a favor bajo la idea de que con la llegada al poder de un nuevo régimen después de la revolución, surgió un cierto deber moral que obliga al Estado a reconocer el problema nubio y a no seguir ignorándolo: “Previous governments have seen no reason to pay any heed to the demands of the Nubians, although perhaps in Egypt’s current political climate, no politician will want to be seen to ignore wholesale the grievances of an entire people, even if they number just 3 million” (Little 2011). Como ya se ha visto, esto no fue del todo cierto; Morsy prometió incluir a todos los habitantes de Egipto pero ninguno de los noventa miembros del parlamento fueron representes nubios, mientras que las demás minorías sí fueron tomadas en cuenta. (Kortam 2013)

Las exigencias nubias no son algo nuevo. Desde los mandatos de Anwar Sadat y Hosni Mubarak hubo peticiones por parte de grupos nubios para ser reasentados en territorios a orillas del Lago Nasser, pero debido a que los nubios eran considerados por dichos regímenes como pequeñas minorías que no serían capaces de causar grandes conmociones, no fueron tomados realmente en serio (Little 2011), pues sólo son considerados como una masa de votantes y la cuestión nubia no se encuentra en la agenda de casi ninguna formación política egipcia. (Awadalla 2013) En efecto, los nubios recibieron muchas promesas por parte del gobierno, pero todas terminaron en ofrecimientos vanos. Después de la revolución y de la destitución de Mubarak, los grupos activistas nubios no perdieron la oportunidad y comenzaron las negociaciones con el nuevo gobierno. Para su infortunio, se encontraron con una nueva traba, esta vez administrativa. El
problema consistió en que con cada cambio de Primer Ministro se debían reiniciar desde cero las negociaciones en vez de dar continuidad a los asuntos desde el punto en el que se habían quedado con la administración anterior (Gehad 2013). De cualquier forma, volvieron a plantearlo y en enero de este año se les hizo una nueva promesa de proyecto para regresarlos a sus tierras. Se sigue sin pasar a los hechos. (Atef 2013)

Además, otro problema detrás de la inviabilidad del proyecto de reasentamiento es que hay intereses económicos muy grandes. Las tierras a orillas del Lago Nasser son de las más fértiles en Egipto (Simon 2011), lo que las vuelve muy codiciadas y el gobierno no las ha protegido. Durante el mandato de Mubarak se vendió gran parte de estas tierras al príncipe saudita Waleed Bin Talal y a militares. Una demanda en contra del gobierno egipcio fue presentada, pero la resolución de ésta sigue pendiente (Simon 2011).

Todo este ir y venir ha hecho que el descontento y el cansancio entre los nubios crezcan (Little 2011). Su paciencia es cada vez menor, particularmente entre los jóvenes, quienes han formado una nueva corriente llamada Katala (Gehad 2013). El trasfondo ideológico de este movimiento es la creencia de que por las vías diplomáticas no podrán conseguir lo que quieren, por lo que deberían recurrir a la violencia para separar definitivamente a Nubia de Egipto (Gehad 2013). A pesar de que la mayoría de los nubios no concuerda con esta creencia, su descontento no es menor y en algún momento podría llegar a un extremo.

Conclusión puntual

El nuevo gobierno se enfrenta a la obligación de atender las demandas de una minoría cada vez más inconforme y de él dependerá que errores del pasado no se vuelvan a repetir, dando origen a una nueva revolución. Es un escenario donde la paciencia se está perdiendo, el cambio ha sido demandado de manera reiterada y han surgido nuevos movimientos enarbolados por los jóvenes. A cincuenta años del reasentamiento nubio, resulta imperativa la absoluta disposición por parte del nuevo gobierno para escuchar y cooperar con los grupos activistas nubios, quienes ya se cansaron de ser ignorados.

Fuentes

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